Yo no era sirio, yo no era griego ...
Sentir
el dolor de las injusticias que se cometen a diario contra los más
débiles como un dolor propio es necesario e imprescindible para
iniciar la transformación social y política de Europa. Si no somos
capaces de sentir ese dolor no seremos capaces de transformar nada.
¿Qué hacer con la impotencia que nos atenaza cada día ante los
dramáticos naufragios de los refugiados, unos naufragios que casi
podemos ver en directo como si fueran un macabro reality show? Cerrar
los ojos o ignorarlo sería un acto de cobardía social, de desprecio
a la vida y de indignidad personal. Y nada de lo que se construyera
con estos cimientos podría ser un instrumento de convivencia, de
justicia social y de dignidad. Cada naufragio es una derrota frente a
nosotros mismos, frente a todos nosotros como sociedad. Una derrota
que nos entristece y avergüenza como seres humanos a quienes todavía
nos queda sentido de humanidad. Es criminal la negación de auxilio
obligado por parte de las autoridades europeas. Qué cinismo tan
repugnante escuchar de esas mismas autoridades europeas las
lamentaciones y condolencias frente a la muerte de los refugiados,
pero al mismo tiempo el señalamiento a esas víctimas como únicas
responsables de su destino, como si no hubieran sido entregadas por
ellos mismos a las mafias de trata de personas, abandonadas a su
suerte en barcos de papel y condenadas a la intemperie invernal que
cada día las va eliminando en silencio, sin explosiones, sin balas,
ahogadas en el mar o encerradas tras despreciables alambradas de
concertina en unos campos de concentración cada vez menos camuflados
en ésta Europa injusta y xenófoba de mierda. Todo a la medida de la
Comisión Europea, ese gran poder sin rostro que nos va destruyendo
como seres humanos, que va degradando con cada una de sus
antidemocráticas decisiones nuestra condición de ser humanos.
La Comisión Europea aplastó la decisión democrática del pueblo griego frente a la injusta deuda que los ahoga. Sin tanques, sin bombas, sin balas, la Comisión Europea impuso su poder. Pero siempre con víctimas, con miles de muertos invisibles que no son noticia, personas muertas que solo son estadísticas, números en un papel sobre un proyecto de ajuste, ahorro para el criminal sector financiero europeo, (alemán, francés, londinense), que se ha hecho dueño de grecia y que utiliza para su beneficio, como si fuera un combustible fósil, los cuerpos de los griegos. Ahora la Comisión Europea amenaza de nuevo a los griegos, ésta vez con excluirlos de la zona Schengen en caso de que el gobierno griego no sea más rígido en el control de las fronteras ante los refugiados sirios que huyen de la guerra y de los bombardeos de la propia UE en Siria. Durante una reunión de la UE en Amsterdam, con motivo de la crisis de los refugiados, el ministro belga de Asilo y Migración, Theo Francken, ha
llegado a decir al ministro de Migración griego, Ioannis Mouzalas,
que había que hacer retroceder al mar a los refugiados. El ministro
griego contestó que ésto era ilegal. A lo que el ministro belga
respondió: “vayamos contra la ley ... no me importa si los ahogas; quiero que los hagas retroceder.” Aunque el ministro belga ahora niega haber dicho esas palabras, por si acaso yo no dudo del griego.
Estamos
a las puertas del holocausto del siglo XXI y el silencio ante éste criminal
abandono solo nos salva el pellejo de momento. Quizá cuando también
vengan a por nosotros ya sea demasiado tarde.
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