Viajero Clandestino

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Quiero ser un viajero clandestino, que no figure mi nombre en las fronteras de la vergüenza y de la sangre derramada por inocentes valerosos; quiero estar aquí y allá sin que se sepa que estuve pero teniendo presencia. Quiero ser un viajero clandestino, sin pasaporte ni bandera, viajando con la mochila de lo imprescindible, con un buen mapa del tesoro, con los viejos vicios y las virtudes nuevas, sin confesiones baratas ni arrepentimiento inútil, pero con el corazón en la mano y la sonrisa en los labios.
Quiero ser un viajero clandestino verdadero, sin darle la espalda a la vida, enfrentando con profunda vehemencia los riesgos asumidos en el sueño de vivir, en el sueño de viajar sin tapujos, con heridas en el alma y cicatrices en la piel, erosionado por la desafiante inclemencia y por la aspereza del camino.
Quiero ser un viajero clandestino, despierto y sin miedo, resuelto a vivir y a viajar, desde Donosti a Buenaventura, desde Kinssasa a La Habana, desde Lisboa a Katmandu, pasando por encima de todas las fronteras, de todos los muros, elevandome sobre las empalizadas y las alambradas dispuestas por el enemigo, para disuadirme de vivir viajando y de viajar viviendo.

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